Por Eduardo Torres Arroyo – @etarroyo
La crisis de la hegemonía norteamericana en el mundo como parte de la crisis del capitalismo globalista manifestada por una policrisis climática ambiental, de salud pública, alimentaria, de gran desigualdad social y la caída de la productividad, nos llevó a una guerra por encargo e híbrida en Ucrania. Para recuperar esa hegemonía los norteamericanos han obligado a la Unión Europea y a varios países que se encuentran en su órbita como Canadá, Australia y Japón a no negociar con Rusia y China y, en contrapartida, ellos asumir el rol de proveedores de los energéticos, alimentos y fertilizantes que dejarán de comprar a Rusia y, claro está, suministrar seguridad ante la supuesta amenaza chino-rusa. Esa es la gran jugada imperial, donde Europa y el mundo son los grandes perdedores. La idea ha sido planeada con años de anticipación, pero no pudieron implementarla hasta que obligaron a Rusia a defender a las comunidades rusófonas de Ucrania acosadas durante más de ocho años.
Las consecuencias son que el mundo ha quedado nuevamente divido en dos grandes bloques. Una nueva guerra fría entre el occidente dominado por el sector financiero, que, para ello, previamente desindustrializó las economías y desplazó la industria manufacturera hacia el sur global y dos potencias nucleares China y Rusia con una economía mixta que buscan apoyarse en la producción industrial para la creación de riqueza y con fuertes inversiones gubernamentales en infraestructura. En pocas palabras, un capitalismo industrial que evoluciona hacia el socialismo. La guerra en Ucrania clarifica, pues, una crisis de la globalización, donde, por un lado, hay una expansión de la OTAN como brazo armado del capitalismo militar-financiero y, por otro lado, un cuestionamiento de la centralidad de occidente en el marco de una búsqueda de alternativas multipolares y multicéntricas.
No deja de sorprender que en pleno siglo XXI y en la era de la información Europa, cuna de la civilización moderna, haya aceptado acríticamente subordinarse a EUA y sumarse al discurso mediático de que Vladimir Putin es el malo de la película, responsable de la crisis energética y de alimentos y que China es una amenaza para su seguridad, a los cuales hay que detener. Los más críticos europeos, incluyendo parte de la izquierda, no pueden quitarse de la cabeza que el malo a destruir en esta historia se llama Vladimir Putin, por lo que impulsan y aprueban que debe ser castigado, aislándolo del mundo occidental, junto con los chinos. Los europeos no ven que hay otra cara de esta crisis, pues la exclusión de Rusia del mercado tiene la función de elevar mucho los precios de energéticos y alimentos beneficiando la balanza de pagos de EE.UU. y, al mismo tiempo, les da poder para volver a controlar un mercado que se les ha salido de las manos. Queda claro quién va ganar y quién va a perder. En este punto entra en juego Venezuela, habrá que ver qué es lo que sucede.
Por ello, alarma que países como Francia y Alemania con tantos recursos de intelectuales que tienen, hayan aceptado la versión de que Rusia se desgastaría gracias a las sanciones y, más aún, admitir quedar bajo el mando y dependencia norteamericana, como se vio en la visita del presidente Biden a Alemania y el cierre del gasoducto Nord Stream II. ¿será que aceptaron por mantener entre su población el estilo de vida occidental? Pero, entonces, nos preguntamos ¿cómo es posible mantener el nivel de vida frente a la desindustrialización? ¿dónde se generará la riqueza? Mientras tanto, el cambio climático puede esperar pues Alemania y otros países buscan utilizar el carbón norteamericano y polaco como salida para paliar su crisis energética como consecuencia de las sanciones al gas ruso. Todo está permitido y ¡oh! sorpresa, los combustibles del futuro inmediato son el petróleo y el carbón, no hay la llamada transición energética. Más aún, el costo de las sanciones europeas contra Rusia en beneficio de los proveedores norteamericanos, está afectando a la población mundial.
Quizás lo más contradictorio en esta crisis hegemónica y del capitalismo es la militarización que se acuerda que en el marco de la reunión de los países del G-7 y de la reunión de la OTAN en Madrid. En ambas reuniones se conviene una gran inversión militar en sus países y de paso, en un punto secundario, fortalecer a Ucrania con más armas de mayor alcance y apoyo económico. Lo amarran con deuda. Además, se acordó que los países deberían invertir como piso el 2% de sus respectivos PIB e incrementarlo según cada economía. Es la manera en la que piensan deben defenderse ante la amenaza de seguridad que les plantea el sur global encabezado por los países BRIC y mantener la expansión global hacia la explotación de los nuevos recursos naturales necesarios para las nuevas tecnologías. Principalmente les está interesando invertir en el Sahel, en la parte media de África que va de océano a océano, rica en estos materiales y, al mismo tiempo, crear vallas para detener las grandes migraciones a los países desarrollados.
Los norteamericanos han dicho que la otanización de Europa bien vale la pena porque con las ganancias de las ventas de los energéticos y alimentos pagarán los gastos realizados en Ucrania. Negocio rentista redondo que se enmarca perfectamente dentro del modus operandi de imperialismo. Los europeos en mayor cantidad, pero en general la población mundial, está subsidiando los gastos de defensa, la guerra pues, incluso los programas de gasto interno de los EE.UU. Quienes hemos vivido bajo el yugo militar y financiero de los norteamericanos, la estrategia de subdesarrollo, nos damos cuenta, entonces, que esta nueva guerra fría, este proyecto armamentista, no se libra sólo contra Rusia y China, sino que puede ser contra cualquier país que se resista a la privatización y la financiarización bajo el patrocinio de Estados Unidos. Si no, recordemos qué pasó con el Movimiento de los Países No Alineados surgido en la epoca de los años sesenta.
El problema para EE.UU. es que el mundo está cambiando en el sentido de que ya varios países han entendido el juego y se están preparando para no depender y construir alternativas propias, unas con más éxito que otras. La ventaja que tienen es que la economía capitalista mundial ha perdido fuerza. Las tensiones en los mercados de energía y alimentos ya eran claras desde el 2021 por las restricciones de la pandemia que no termina, al igual que la inflación que se ha acelerado con las alzas de precios derivados de la guerra. Los norteamericanos dicen que todo esto se puede controlar sin sacrificar ganancias, aunque haya algunas cifras no respalden esa afirmación, pues según el Banco Mundial el precio de la guerra nos lleva a un riesgo de estanflación y a una fuerte desaceleración del crecimiento de los países desarrollados; además, de que la guerra significa es un desastre humanitario con la muerte de miles de personas y obliga a otros tantos a migrar. En ese sentido, el Banco mundial prevé que las economías avanzadas se desaceleren y que derivado de la pandemia y la guerra habrá crecimientos muy por debajo de las tendencias de los años anteriores. Para los exportadores de petróleo y alimentos el impacto será menor cosa que no sucederá con el resto del mundo que está pagando un alto costo.
Estados Unidos como todos los imperios dependen del tributo extranjero y del monopolio de la llamada diplomacia de dólar. Hoy Europa está pagando el déficit norteamericano, pero ya están saliendo voces o problemas alertando de que esa etapa de crecimiento constante y estable del que habla el gobierno norteamericano, depende de Europa. En ese sentido, el manifiesto en defensa de la humanidad acordado en junio de 2022 en la Asamblea Internacional No Más OTAN, reivindica lo que tanto teme occidente, esto es, que “hay esperanza y que esta florece con la emergencia de un mundo pluripolar y multicéntrico, y el creciente anhelo de construir alternativas antisistémicas para la humanidad.” Francia está punto de declararse economía de guerra, Alemania, por su parte, busca declararse en emergencia energética, Austria ordena cambiar de gas a petróleo donde se pueda y en España la alianza de la izquierda en el gobierno se tambalea por el presupuesto de guerra.
Los norteamericanos y aliados están pensando en alargar la guerra para provocar el mayor daño a Rusia, de tal manera que se vuelva totalmente subordinada de ellos y, al mismo tiempo, darse un espacio para recuperar la inversión lo antes posible. Empero, como se observa, Rusia no se ha desgastado pues conociendo al imperio se ha preparado bien y poseen en abundancia lo que otros países europeos no tienen. Más bien, vemos que los que se han desgastado son los países europeos que van a comprar más caros alimentos, energéticos y fertilizantes, deben destinar parte de su presupuesto para recuperar las armas y el dinero que enviaron a Ucrania y para el presupuesto destinado a los gastos de defensa, disminuyendo lo destinado a programas prioritarios, y han olvidado el tan anhelado programa de hacer una transición energética.
Nada fácil la tienen, pues mientras más se alargue el conflicto en Ucrania más se tiene que aumentar el apoyo bélico, económico y la gente se irá dando cuenta de los verdaderos intereses en juego generando un descontento. Por lo pronto, ante esas voces iniciales que ya se manifiestan en mundo, se ha incentivado la propaganda culpando a Rusia y a Vladimir Putin de la situación. El presidente Biden mismo ha dicho repetidamente la palabra rusia para indicar al culpable. Pero la propaganda y la guerra por encargo en Ucrania no puede mantenerse en el tiempo sin desgastarse. La guerra tiene su propia lógica y sus límites y cuando el negocio de la guerra ya no da ganancias y las pérdidas humanas y económicas son muchas, lleva a la retirada, que para muchos puede calificada como un fracaso. De Vietnam a Afganistán hay innumerables muestras de ello.
La guerra fría demuestra los temores que todo imperialismo tiene de perder su economía rentista global ante la aparición de otro sistema; no accidentalmente tiene regados por todo el mundo bases militares. A pesar de ello, la guerra en Ucrania nos muestra que estamos ante una inminente ruptura global. La guerra fría es una lucha por imponer el capitalismo financiero, donde los recursos naturales y humanos serán privatizados y concentrados en pocas manos, frente a un grupo de países que defienden un mundo multipolar y multicéntrico, encabezados por Rusia y China, basado en la autosuficiencia y una prosperidad interna generalizada. Básicamente podemos hablar de un conflicto entre el capitalismo financiero y un capitalismo que tiende hacia el socialismo como sistema económico. El futuro está en disputa, por lo que tenemos que avanzar en el sur global para el desarrollo responsable.
¡FELICIDADES A ETA POR ESTE ENSAYO!