Por Eduardo Torres – @etarroyo
Se acerca la recesión global y posiblemente una depresión que la mantenga por un largo plazo, debido a una inflación permanente, a un conflicto energético-financiero que hace difícil la transición energética, a la guerra contra Rusia y China y la lucha de clases. Este escenario se plantea como una lucha por la hegemonía mundial de los Estados Unidos y aliados, para evitar el ascenso euroasiático a los que se acusa de la mala situación. Empero, la inflación impulsada por EE.UU. con las sanciones a esos países, seguida de austeridad-recesión tienen el objetivo de crear las condiciones para salir de la crisis del capitalismo. El verdadero problema que tienen frente a si las potencias económicas no es sólo enfrentar a Rusia y a China para ser los mandones del mundo, sino que tienen un bajo crecimiento económico acumulado de varias décadas, al igual sucede con la productividad; tienen, a la vez, una tasa de ganancia cada vez más baja y las nuevas tecnologías que se anuncian como las salvadoras automatizando lo más posible, no han resultado serlo hasta ahora y, más aún, presagian hundir más al capitalismo al crear menos empleos productores de valor. Así pues, una multicrisis en la que se juega hoy es el futuro del capitalismo, que éste sea hegemonizado por EE.UU. o no y aliados, es importante pero secundario. La razón es que el capitalismo occidental, si seguimos a Andrés Piqueras incumple con dos de las principales sustancias de su ser: la conversión de dinero en capital a lo que está obligado para vivir y la conversión de seres humanos en fuerza de trabajo asalariada, la mercancía que realiza el trabajo abstracto, lo que lo pone en un camino irreversible de decadencia.
Un tema relevante en este debate mundial es el tema del mercado de trabajo. La demanda de empleo está muy por encima de la oferta. Por consecuencia, los salarios, que nunca fueron causal de inflación, vuelven a ser llamados en este debate, al igual que las huelgas, las movilizaciones sociales y sobre todo los miedos del capital. Así pues, parte de la apuesta por la recesión de los países industrializados se dirige contra los trabajadores para volverlos a domesticar, lo que complicará la distribución de la riqueza, del ingreso y sobre todo a la lucha sindical. Como era de esperarse en esta crisis del capital los trabajadores, se encuentran en el centro y, para contrarrestar el impulso del capital, responden dentro de una lucha de clases. Los bancos centrales quieren moderación salarial y dejar que suba el desempleo. Quieren evitar una espiral de salarios-precios para preservar cierta flexibilidad en el mercado laboral y bajar la inflación sin desacelerar la economía y mantener el control económico. Los trabajadores buscan lo contrario.
Los dirigentes más conservadores del mundo occidental que están impulsando la recesión y la guerra quieren un nuevo siglo americano y no les importan las consecuencias, pues el capitalismo está sometido a una debilidad estructural a mediano y largo plazo con el desplazamiento tecnológico de mano de obra. El sociólogo norteamericano Randall Collins asegura que esto acabará con el capitalismo con o sin violencia revolucionaria. Se puede, nos dice, acelerar o controlar la crisis del mercado del trabajo, pero no se puede suspender o evitar y por consiguiente tendremos más desigualdades económicas y sociales. La mayoría de las economías avanzadas han experimentado una desaceleración de la productividad desde los años 70. Por ello, han bajado los salarios y modificado las condiciones de trabajo, obligando a los trabajadores a trabajar más para compensar la pérdida de ingresos y, paralelamente, han incorporado más tecnologías de la información, microelectrónica, robótica e inteligencia artificial bajo el supuesto de que junto con las medidas económicas implementadas, mejorarán los resultados económicos.
Sabemos que la misión histórica del modo de producción capitalista ha sido desarrollar las fuerzas productivas (tecnología y trabajo) para aumentar la producción de bienes y servicios y la manera de medir este desarrollo es por el nivel y el ritmo de cambio en la productividad del trabajo. Desde los años 70 el crecimiento de la productividad se ha desacelerado afectando la salud de la economía. Hay múltiples razones. Las más importantes giran en torno a la disminución de la inversión pues no se están obteniendo las ganancias esperadas y al giro capitalista hacia la especulación, el llamado capital ficticio que ofrece mejores beneficios que invertir en tecnología para fabricar bienes y servicios. La visión marxista tiene su propia interpretación donde aseguran que hay una caída tendencial de la rentabilidad del capital por lo que encuentran cada vez menos rentable invertir en nuevas tecnologías para reemplazar mano de obra.
El crecimiento de la productividad alcanzó su punto máximo en los 50 y retrocedió en las décadas siguientes hasta alcanzar los mínimos de ahora. El economista norteamericano Robert J. Gordon nos explica que esto se debió a que las innovaciones tecnológicas que contribuyeron al aumento de la productividad pertenecen al pasado y no al ahora. Dicho de otra amanera, el gran paradigma tecnológico que mejora la productividad, el que ha originado la revolución digital, ya rindió frutos y, por tanto, los robots, la microelectrónica, IA, etcétera no van a suponer nuevos cambios. Con estas tecnologías, contrariamente a promover y acelerar el crecimiento económico y la productividad, la economía mundial se desacelera. En términos marxistas podríamos decir que el capitalismo está exhibiendo señales de agotamiento como modo de producción. Según Gordon, las nuevas tocologías no están impactando en toda la población más de lo que ya hicieron la electricidad, los autos, los avances médicos, etcétera, así que no se puede esperar que el capitalismo digital aumente la productividad.
La automatización no es un fenómeno reciente. La sustitución de mano de obra humana por máquinas comenzó con la revolución industrial. Esta automatización consistió en máquinas controladas por el ser humano. La automatización que inició a finales del siglo pasado no sólo requiere menos mano obra, sino que pudieran reemplazarlo totalmente tal y como lo buscan los del WEF y las grandes empresas tecnológicas, las llamadas BigTech. Recientemente, personajes ligados al Foro Económico Mundial (WEF) como Yuval Noah Harari, junto con el planteamiento global del gran reinicio del capitalismo (Great Reset), plantean llegar al absurdo, esto es, piensan que se está avanzando en siglo XXI ante la certeza de con los avances tecnológicos cada vez se necesita menos población trabajadora, por lo que se debe avanzar en el desarrollo de nuevas tecnologías para que cualquier cosa útil que este realizando la población trabajadora se sustituido por tecnologías. En estos se mantiene la idea capitalista de aumentar la rentabilidad sustituyendo mano de obra, lo que aumenta desigualdad salarial y social.
Ahora bien, hay posiciones dentro de los países de occidente que afirman que hasta ahora la evidencia no nos lleva a afirmar que la robótica y la IA crearán un futuro de completo desempleo, pero si tienen claro de que sí se genera un desequilibrio perjudicial socialmente no beneficioso. La automatización es un elemento importante para comprender la dinámica de la desigualdad. Para un grupo de académicos norteamericanos encabezados por Daren Acemoglu desde el MIT, que además son asesores de diferentes gobiernos, la tecnología moderna afecta los empleos de una manera particular. A algunos trabajadores los vuelve más productivos y a otros los reemplaza. Las tareas simples para un ser humano no lo son para la IA, por tanto, se requieren grandes cantidades de mano de obra para que la gente pueda interactuar en las redes. A ese trabajo podemos llamarlo fantasma porque no se ve. Empero, estas grandes cantidades de mano de obra no se pueden comparar con las contrataciones que hacían las empresas automotrices, por ejemplo.
Estos intelectuales del capitalismo ya se dieron cuenta de los efectos de las tecnologías actuales en la desigualdad y el desempleo tecnológico. Aseguran que buscar más beneficios con la automatización reduce el crecimiento de la productividad y exacerba la desigualdad, por lo que están buscando alternativas a esas consecuencias negativas. De entrada, este grupo de pensadores encabezados por Daren Acemoglu aseguran que estamos lejos de saber cómo la automatización afecta el funcionamiento de los mercados laborales. Dicen que esto no es inevitable, como así lo piensan los pensadores marxistas y los radicales conservadores junto con la BigTech y que, quizás, se puedan encontrar formas de producir tecnologías que mejoren el trabajo en lugar de innovaciones que lo reemplazan. Para ello, parten de diferenciar las tecnologías. Hay dice tecnologías facilitadoras y de reemplazo o sustitutivas. En el primer caso son las que aumentan las capacidades de algunos trabajadores y permiten realizar nuevas funciones con lo que se aumenta la productividad, esto es, tecnologías que ayudan a algunos trabajadores más que a otros. Para este académico este hecho genera desigualdad y la manera de contrarrestarlo es aumentar la oferta a trabajadores altamente calificados y a los que se encuentran en ocupaciones mal remuneradas.
Hay también, nos dice Acemoglu, hay tecnologías que reemplazan el trabajo en varias tareas robotizadas que antes realizaban trabajadores semicualificados y ocupaciones especializadas que se ejecutan con IA. Un punto importante, señala, es que estas tecnologías pueden reducir los salarios y causar desempleo tecnológico; sin embargo, los desempleados pueden encontrar ocupación en empleo de menor remuneración. Así pues, en cualquiera de ambas tecnologías, la facilitadora y la de reemplazo se termina, según Acemoglu, con alternativas que polarizan los salarios y empleo y, por tanto, causan desigualdad. Aun así, se pregunta, qué tan factible es automatizar los trabajos existentes al grado de polarizar al máximo empleos y salarios. La respuesta es que hay muchas tareas que no se pueden automatizar fácilmente y más si se ubican desde el punto de vista de la rentabilidad. Este punto es un factor muy importante que determina la valoración que se hace de costos beneficios a la hora de invertir.
A Acemoglu le preocupa que la automatización acelerada de las tecnologías digitales, la robótica y la IA penetre en la economía al grado que los trabajadores tengan cada vez más dificultades para competir con las máquinas y sus remuneraciones experimenten una disminución relativa o incluso absoluta. Por lo que insiste en buscar fuerzas compensatorias para lo que está en la búsqueda de comprender cómo y cuándo la automatización transformará el mercado laboral. La visión marxista no la consideran porque es pesimista, así que en esta búsqueda se apoya en el economista ruso Wassily Leontief para desarrollar su marco conceptual donde pone en duda que las nuevas tecnologías vayan a desaparecer empleos y piensa que al mismo tiempo que se automatiza hay que introducir tareas en las que el trabajo tenga ventajas competitivas y la mano de obra tenga mayor productividad. Sabedor de que la tendencia comercial de la grandes tecnológicas que dominan el mundo es hacia más y más automatización y que el modelo BigTech no se basa en crear puestos de trabajo sino en automatizarlos, propone regular la tecnología para garantizar que los avances tecnológicos no afecten empleos. Si esto sucede, agrega, habrá un camino de crecimiento estable y equilibrado, con automatización y creación de nuevas tareas.
El capitalismo actual entre sus seguidores enfrenta a dos paradigmas contrapuestos, pero la realidad es que cuanto más se impone el paradigma de la automatización, los incentivos del mercado tienden a la favorecerlo dejando a un lado proyectos que se centren en crear nuevas tareas con una alta demanda de mano de obra. El mercado actual está dominado por las grandes empresas tecnológicas cuyo modelo de negocio está vinculado a la automatización. En estas empresas se concentra el grueso de la investigación en IA y han creado un modelo de negocio en el cual la eliminación de los seres humanos es un imperativo tecnológico y comercial. El Wall Street Journal publicó recientemente un artículo donde afirma que ante la escasez de trabajadores viene una oleada de robots. ¿escasez? Además, han logrado convencer a los gobiernos para que subsidien y exenten de impuestos a empresas para una automatización acelerada y el impulso a modelos similares al valle del silicón como un espíritu colonizador del mundo. A pesar de hay opciones diferentes dentro del capitalismo hasta llegar a lo que algunos las han llamado la humanización del trabajo en la era digital, éste no ha sufrido ninguna ruptura. Se mueve en la misma dirección de siempre, pero ahora en base a máquinas de información en red impulsadas por la competencia. Así que, es importante regresar al enfoque marxista que pone atención a las transformaciones sociales de la modernidad capitalista en un escenario en el que los individuos se ven forzados al intercambio del producto de su trabajo bajo la forma de mercancía.