Opinión

La democracia

Por Israel Quiñones

En democracia las mayorías mandan, si bien no es un sistema perfecto sino más bien perfectible. El modelo democrático es un proceso de consensos complejos, por medio de los que la sociedad, las instituciones o las organizaciones pueden alcanzar decisiones que vayan, en medida de lo posible, en beneficio de las mayorías o en su defecto, deben enfilarse al beneficio de los que más lo necesitan.

El modelo de los gobiernos anteriores en nuestro país no era a favor de las mayorías, se enlazaban decisiones impositivas que sólo beneficiaban a un pequeño grupo de políticos y oligarcas que formaban en conjunto la cúpula del poder nacional. De este modo, las imposiciones ideadas para su propio beneficio se convertían en leyes que se firmaban en el legislativo, de esta manera nacieron engendros políticos como el mal llamado “Pacto por México”.

La precarización laboral, la alta inflación, las imposiciones de organismos internacionales como la OCDE, entre otras condiciones, mermaban la posibilidad de alcanzar un estado de bienestar o condiciones de igualdad social. La obediencia de los políticos mexicanos ante los deseos impúdicos de las grandes corporaciones transnacionales era infame.

La resistencia de algunas organizaciones sociales o sindicales fue mostrada como una irreverencia política. La desobediencia se convirtió en un pecado capital para un Estado cooptado por los intereses particulares.

La democracia era una decisión de algunos. No se podía intervenir en el diseño de políticas públicas, ya que, lo que importaba era el negocio, no el interés general y para sostener estas ideas, se crearon los Órganos Constitucionales Autónomos (OCAs), modelo neoliberal que se permitía asumirse como un contrapeso al gobierno y con una supuesta autonomía que era irreductible; además, contar con consejos o plenos con funcionarios intersexenales, para darle continuidad las decisiones tomadas por el Estado, sin importar la ideología del siguiente gobierno. Se formó una estructura neoliberal elevada a rango constitucional para el beneficio de pocos; no son instituciones democráticas, sino órganos dictatoriales.

Hace poco un grupo de “intelectuales” abogaban por el apoyo a la candidata opositora. Un grupo acostumbrado a estar cerca del poder y de los poderosos. Un grupo que desdeña a la clase trabajadora, que escribe solamente para ciertas élites que les sirven de mecenas, “que los apapachan”. Se trata pues, de retornar a lo antes relatado, de generar una invisibilización de las clases populares. De escribir novelas sobre personajes que viven en La Condesa y no en Iztapalapa, de que la cultura solamente sea para aquellos que la saben apreciar o que mejor, para los que la pueden pagar, que el conocimiento sea solamente para una pequeña parte de la sociedad, tal como El venerable Jorge lo pensaba “En el nombre de la Rosa” de Umberto Eco.

Al llegar López Obrador a la Presidencia en 2018, muchas cosas fueron cambiando. Si bien es cierto, que aún falta mucho camino por recorrer, algo se pudo realizar, pues el retraso era inmenso. Sin embargo, el mundo del trabajo mantiene una suerte de rezago histórico brutal. La precarización laboral, los bajos salarios, la burla a la ley laboral por parte de las empresas se sigue repitiendo sistemáticamente. Los oligarcas mantienen una hegemonía, si bien no completa, si una bastante amplia.

Entre las crisis que rondan la realidad, una de las más profundas es la crisis del concepto de comunidad, con la que surge el individualismo desenfrenado. Una crisis que deriva de la “sociedad líquida”, teoría creada por el sociólogo Zygmunt Bauman, en la que muestra que la modernidad es adaptable a cualquier embace, donde el deseo de consumir no es satisfecho por nada, ya que todo se renueva según las necesidades del mercado y el mercado debe satisfacer al consumidor que se amolda como el agua a cualquier contenedor impuesto por el capital. Asimismo, la perdida de la ideología en la política, abren paso para que la sociedad líquida se acomode en los designios del mercado electoral y la democracia es simplemente irrelevante ante el marketing electoral.

La crisis ideológica es un paso factico que los medios fabricaron. No hace falta darse cuenta de que el mercado define las condiciones sociales, promueve la individualidad sobre todas las cosas. No hace falta la colectividad si tienes acceso al IPhone más reciente. El deseo sustituye la comunidad, el deseo no necesita de la colectividad, el mercado es colectivo en datos no en el deseo de cada consumidor, por ello, los sindicatos han sido señalados como un peligro para un mercado que detesta lo colectivo a menos que, esta colectividad sea reflejada solamente en los datos de ventas.

A la democracia también se le quiso insertar en el mercado. Se impulsaba el voto con el candidato con mejor campaña, con mejor marketing electoral. “¿Si la televisión hiciera presidentes?” Una frase célebre, pero hoy, la red construye candidaturas. Con cierto número de seguidores puedes aspirar a una candidatura de elección popular o, en su defecto, tratar de destruir alguna. Las redes sociales digitales benefician la difusión de noticias falsas. Es tal la velocidad y la cantidad de información que no da tiempo al usuario de reflexionar sobre lo consumido. La red se ha convertido en el centro de acopio de difamaciones. La difamación y la falsedad son un negocio, al fin y al cabo, la verdad es irrelevante para los nuevos comunicadores.

La resistencia de una democracia analógica es heroica. Ya no podemos retroceder al tiempo en el que sólo un puñado de oligarcas decidía nuestro futuro y respetar la decisión de la mayoría no es un privilegio, es una obligación institucional y colectiva. La democracia se basa en la idea de buscar el mejor camino para todas y todos, no solamente a “quítate tú para ponerme yo”, pues no siempre una transición es democrática, aún existen los golpes de Estado, aunque gracias a las redes, a los medios y las infamias han transformado sus métodos.

La democracia es un bien colectivo y así debe ser defendida, no se trata de que un grupo de “abajo firmantes o mensajes anónimos en la red” nos tienen que dirigir. La reflexión es un bien personal y colectivo, la posibilidad de mejorar está en manos de la mayoría.

Nuestro país fue vejado, saqueado, insultado y su pueblo fue desdeñado desde los púlpitos del poder melindroso y por aquellos que sostenían sus cimientos a base de infamias o discursos estructurados con la rimbombancia del lenguaje más rebuscado, para hacer sentir al receptor que el emisor es muy “chingón”. Las oposiciones son necesarias, pero lo que no se vale es mentir y difamar ante la incapacidad política y discursiva de convencer y eso no sólo se da en la política nacional, también hay esbirros empresariales y esquiroles profesionales en el ámbito sindical.

La democracia es un ejercicio colectivo, no es un bien privado que el mercado pueda regentear. Salgamos a votar por lo mejor para todas y todos, en lo federal o local, así como, en nuestra organización sindical.

 

 

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