Al final del sexenio de López Obrador varias cosas alientan a sus opositores: que no se puede repetir, esto es que quien llegue de morena a la presidencia no podrá ser lo mismo, esto es, su estilo personal de gobernar, su conocimiento del México profundo e histórico, su carisma, son intransferibles o no transmisibles y que el nuevo mandatario o mandataria tendrá necesariamente su propio estilo de gobernar. Es tal el conflicto que les ha causado el obradorismo que desean febrilmente que el sexenio se termine o cuando menos la continuidad sea más proteccionista. Siguen pensando que la consigna de que es un peligro para México no ha desaparecido, pero siguen sin poder encontrar una estrategia que pueda hacerlos ganar.
Daniel Cosío Villegas en su ensayo sobre Don Luis Echeverría y su estilo personal de gobernar, sostuvo que uno de los pilares del sistema político mexicano era un presidencialismo con amplios poderes metaconstitucionales, aunque, con el tiempo, grupos opresores coartaron ese poder condicionándolo, pero sin dejar de ser una pieza principal con un poder inmenso. Esto hace inevitable que lo ejerza con un sello personal e inconfundible, marcado por su temperamento, carácter, educación y experiencias personales. Los dos primeros serán determinantes. Los cierto, para Cosío Villegas, es que el sistema mexicano propicia un estilo personal no institucional de gobierno.
La oposición sigue pensando en que debería seguir gobernando el país un personaje similar al descrito por Cosío Villegas, el que por muchos años dominó la política mexicana, un presidente(a) con mucho poder al que se le puede condicionar. En la medida en que López Obrador es irrepetible, quien lo suceda no poseerá sus mismas características y tendremos un nuevo personaje con un temperamento y carácter diferente. Por tanto, sí no logran ganar, que es lo más probable, esperan un mal menor, esto es, un gobierno con un diferente estilo personal lo que permitirá una negociación y apertura diferente, quizás menos beligerante, hay quien agrega, más racional y menos voluntarista.
En esa idea parten de un error grave pues no están considerando que el centro de la disputa por la nación en el obradorismo no es nuevamente buscar a un hombre o mujer que en la continuidad se pueda manejar con mucho poder, sino que asuma un liderazgo diferente, que continúe el nuevo proyecto político-económico-social y cultural y que invierta el orden de arriba hacia abajo seguido en los últimos años, para imponer un orden de abajo hacia arriba que obedezca al movimiento de insurrección iniciado en el 2018.
El nuevo liderazgo si tendrá un sello propio, pero dentro del proyecto de transformación, lo cual es muy diferente. La misma Claudia Sheinbaum ha dicho que su gobierno sería de continuidad con cambio, pero con sello propio. Lo que podemos entender es que el ejercicio del poder presidencial será diferente. Andrés Manuel no está trasladando el poder presidencial como el poder omnímodo que hemos conocido en los años postrevolucionarios, sino que las decisiones recaigan en el grupo que contendió por la coordinación del movimiento, donde la función principal recaerá en la que obtenga la mayor votación, que en este caso resultó ser Claudia Sheinbaum. El proyecto de transformación podría ser un más y mejor obradorismo, dada la filiación de la propia Claudia, pero también podríamos verlo como un proyecto que ofrezca un mejor horizonte de futuro para las grandes mayorías.
Las contradicciones no podían dejar de existir en el seno de un escenario como este. A pesar de que hubo previamente acuerdos que fueron firmados y aceptados por todos, la posición de Marcelo Ebrard es una muestra muy clara. Desde luego que hay tensiones en el obradorismo y continuarán cuando se definan los que integrarán su gobierno y quien encabezaría las próximas candidaturas de gobernadores y del Congreso de la Unión. Claro está, pues, si es que llegan, pero no hay duda de que la coordinadora tendrá el mayor peso en las designaciones y en definir las particularidades de la continuación del proyecto. Sin embargo, lo que debemos resaltar es que se busca una forma novedosa de ejercer el poder con un nuevo tipo de liderazgo. Lo novedoso no significa que será más eficiente en la conducción de las políticas públicas, sino en que estamos hablando de incorporar las decisiones colectivas, de construir políticamente los intereses de una voluntad colectiva.
La oposición sigue su camino apoyado en la escuela que perfeccionó el priísmo. Afirman que la sucesión presidencial ya se decidió en la cúpula del poder, que se ha restaurado una monarquía sexenal autoritaria, como lo muestran los ataques continuos a la independencia del INE y el querer controlar el Poder Judicial. También consideran que el no haber debates en las campañas para coordinadores no se pudieron ver los elementos que permitieran ver quien era más competitivo para dirigir el país. Que Claudia Sheinbaum es coordinadora porque así lo quiso López Obrador y, por tanto, si quiere ejercer la presidencia, no sólo ocuparla, tendría que poner límites al “caudillo”. La oposición considera que la doctora Sheinbaum para llegar a ser la coordinadora tubo que emular las ideas de López Orador, lo que muestra cierta o mucha debilidad.
Lo que no ha visto hasta ahora la oposición, como muestra claramente en las últimas encuestas publicadas, es que su candidata aparece en el último lugar de aceptación popular. Su candidata es impulsada como ejemplo de la voluntad de superarse con su propio esfuerzo, como parte de la cultura del mérito, de la competencia neoliberal, estrategia que no empata con una política de construir políticamente los intereses de una voluntad colectiva. Tampoco ha visto que a pesar de que López Obrador es Irrepetible e intransferible y no estará en las boletas electorales, sí estará presente en las próximas elecciones, aunque ya no tenga la última palabra. Su peso moral y político estará presente no porque el haya designado a su sucesora, sino porque estamos hablando de la continuación de un proyecto político, no de hombres o mujeres que ejerzan la política sólo con responsabilidades e intereses de grupo. Todo esto pone a la oposición en una situación crítica donde carece de argumentos para contrarrestarla.
Durante el priísmo se contó con reglas que todo mundo respetó y nos dejó décadas de estabilidad. El neoliberalismo ante la necesidad de romper esas reglas e imponer las suyas, nos metió en un laberinto que generó cambios constantes sin reglas claras y puso al país en un punto que lo llevó a la explosión del 2018. La transición iniciada en el año 2000 con la llegada de Fox al poder terminó con el regreso del priísmo más corrupto, que, por esa condición, llevó al extremo su impotencia de poder conectarse con el pueblo, por lo que esa transformación se debilitó mucho. López Obrador supo interpretar ese momento. No sabemos que hubiera sucedido si llega en 2006, pero el momento de 2018 le permitió establecer una estrategia para construir un Estado social democrático. El año 2024 sabremos qué tanto es válido para el pueblo de México este proyecto transformador.