Por Enrique Beaujean
La sociedad actual se ha convertido en una realidad compleja y multidimensional e intentar comprender los acontecimientos y procesos que vivimos no es una tarea fácil, sin embargo, es algo urgente para quien ha de vivir en un mundo que cambia constantemente y a un ritmo cada vez más rápido, para quien no está totalmente alienado por esta sociedad y busca transformarla, darle respuesta a esta crisis del humanismo que vivimos.
Con la caída del Muro de Berlín y el reacomodo geopolítico posterior se instaura una nueva era en la historia de la humanidad; es a raíz de ese acontecimiento que se inicia lo que es hoy la sociedad contemporánea. El experimento socialista emprendido por los rusos ha fracasado y el capitalismo se muestra como sistema vencedor, el que no pudiendo garantizar la igualdad social, al menos sí garantiza la igualdad de derechos y sobre todo la libertad de elección (claro, sólo en teoría, y exponer los momentos, las circunstancias en que esta supuesta libertad se ve desnuda, con la brutalidad que hay detrás de esas bonitas palabras, es tema para otro trabajo). Estas dos cosas, esta causa y efecto, tienen implicaciones directas para determinar lo que llamamos sociedad contemporánea. Ya la rigidez de teorías políticas sociales coercitivas ha caído dejándole el paso libre y alfombrado a teorías liberalistas e individualistas que se han ido maximizando mediante el consumo.
La dictadura del proletariado, el socialismo científico, el materialismo dialectico dejó de ser una opción para millones de personas. La perspectiva hacia el futuro, esa esperanza futurista propia de la modernidad con fe puesta en el progreso y la ciencia se ha desvanecido. Las identidades sociales, la conciencia y la pertenecía de clase, se han erosionado, hay un abandono ideológico y político exacerbado y disfrazado, a la vez que hay apatía por la política y la participación política, generada por un descredito a las instituciones; surge un nuevo interés por políticas ambientales o por defensa de las libertades individuales como el movimiento LGBT (reivindicación de las minorías) por ejemplo. El derecho a la libertad se instaura en las costumbres y en lo cotidiano, en la búsqueda de la propia identidad y ya no de una universalidad que motive las acciones sociales e individuales.
Se continúa poniendo al individuo libre como valor cardinal de la sociedad, mas es cada vez un individualismo más total; cada vez más presenciamos la atomización social. A lo anterior habría que aclarar que no se supone una independencia totalmente fuera de la sociedad, sino con conexiones mínimas e hiperespacializadas de redes situacionales como la doble A (Alcohólicos Anónimos), talleres de tanatología o grupos de discapacitados, o con una especie de narcisismo colectivo donde la pertenencia a un grupo social está en la semejanza entre sus miembros, como es el caso de las Redes Sociales. Esta pertenecía al grupo es del individuo mismo hacia el conglomerado humano en que se inscribe y no ya al revés, del grupo en el que se está a la identidad de la persona.
Incluso la pertenencia de clase social, a la que se dice ninguno se escapa, y condiciona en gran medida el resto de la vida, se ve, bajo esta perspectiva, opaca, no ya tan fundamental, tan determinante como en tiempos en que la revolución social se percibía en el aire.
Otra característica de esta sociedad es la de los servicios, no solo a un nivel laboral y económico, también a un nivel institucional. Con esta segunda revolución individualista, incluso las instituciones, que son las que más resisten en larga duración los cambios coyunturales de una época, se han moldeado en base a las aspiraciones del individuo: una religiosidad más laxa, familias con un solo padre, o incluso familias unipersonales, una popularidad creciente de la medicina alternativa, homeopática, naturalista, etc.
Así como el individuo cada vez más atomizado es pieza fundamental para la sociedad contemporánea también lo es el consumo. En la búsqueda de la identidad individual se presentan una gran cantidad de alternativas por las cuales elegir, el consumo no se reduce así a la acumulación sino a la libertad de elección y con ella la definición de una identidad: Qué clase de libros lees, qué clase de ropa usas, qué tipo de música consumes; si Pepsi o Coca. Si Hollywood o la Cineteca, si TvAzteca o History Channel; ajedrez, futbol o póker.
Se dice que todos los productos tiene de manera implícita la característica de satisfacer alguna necesidad por absurdo que sea el producto, como por ejemplo un elefantito de mármol; aquel que lo compre, ya sea por su contenido estético o decorativo, o porque le hacía falta en su colección de elefantitos, cumple la satisfacción al menos de una necesidad psicológica y en la era del capitalismo el grueso de los productos se vuelven mercancías, con el valor de uso implícito y con un valor de cambio, y ahora se potencializa el valor ornamental identitario.
Hay una promoción constante de la variedad de productos y alternativas para el consumo donde los medios de comunicación juegan un papel primordial para ello, mostrando la amplia gama de posibilidades de elección, dirigiendo mediante inteligentísimas campañas de publicidad (abierta o subliminal) el interés y el gusto de las personas. Tener más, lo más nuevo, lo más ostentoso es lo mejor. Las personas valen por lo que tienen y nunca tiene lo que valen.
Este nuevo dios que es el consumo y este individualismo extremo es lo que ha generado cada vez más a personas solitarias, egoístas, narcisista, hedonistas e incluso esquizofrénicas que se han ido aislando del hombre; donde cada quien jala agua para su molino y no de una forma social, codo a codo, comunitaria. La única comunidad existente es una imaginaria: existen otros como yo allá afuera, lo sé, pero quién sabe quiénes sean, o cómo sean. La espiritualidad es hacia lo material y las posesiones; aunque la razón, el futuro y la ciencia cayeron en el descrédito; las pasiones humanas no se han rescatado más que de una manera comercial y consumista. La velocidad con que salen nuevos productos, con que cambian las cosas y el mundo mismo, periodos de crisis cada vez más agudos y el hombre parece ser cada vez más lento porque está ensimismado, no permiten poder ver y pensar el mundo, para salir las redes de explotación y dominio.
Estas relaciones de poder son como una gran telaraña que cubre hasta el más pequeño rincón de las acciones del hombre, algunas veces son fácilmente perceptibles, pero en su mayoría son invisibles y sin embargo ahí están. Algunas las considero validas e incluso básicas, como por ejemplo en la relación de un padre y su hijo recién nacido, no se puede, por más que se desee disolver esa relación, más si se puede atenuar para que deje de ser de una forma violenta, más hay otras que deberían disolverse para así poder romper con esta crisis que el humanismo sufre. ¿Por qué, cómo al romper con esas redes de poder podrán hacer que se supere está crisis de la humanidad? Pues estás relaciones de poder invaden la vida, es lo que Foucault llama biopoder, “una tecnología del poder sobre la población, sobre el hombre como ser viviente”, dice: “aparece un poder continuo, sabio, que es el poder de hacer vivir”. El hacer vivir: la manera de vivir y sobre el cómo de la vida, interfiere en cómo realizar la vida. De una forma sutil y a la vez muy violenta parece que el poder dirige las vidas de las personas como en teatro de marionetas. Hay una máquina disciplinaria que termina por engullir a todos y que termina por hacer que en cada uno de nosotros esas relaciones de poder se reproduzcan, que las ideologías atomizantes se incuben como parásito en las cabezas, y en vez de producir un espíritu renacentista, se vuelca en una oscuridad solitaria de una caverna sin límites establecidos, donde del mundo sólo se ven las sombras que pasan cada vez más aprisa. Lo que quiero decir es que esos mecanismos de control y poder no solo surgen de las elites o cúpulas o las grandes marcas y corporaciones también en nuestro cotidiano se manifiestan, mas, aquí no estoy mucho en acuerdo con el filosofo francés, y si más con Jaime Osorio, si creo que hay un lugar donde se condensa el poder y por el cual atraviesan las demás formas de ejercerlo. No creo que estén en la misma categoría la relación padre-hijo o profesor-alumno y la relación de explotador-explotado. Ese lugar al que me refiero sería precisamente la condición de clase. Mientras que la disputa de poder entre tendero y proveedor es una tanto más intangible, la de posedor-desposeido la sufrimos muchos seres humanos.
Foucault plantea que el poder se reproduce por todos lados y en cierto sentido viene desde abajo; yo creo que hay mecanismos que provienen desde arriba que permiten que las relaciones de poder se reproduzcan en cada reducto social. Esta tendencia a manipular mentes que no se saben manipuladas a consumir de una manera desenfrenada, no parte del que consume sino de la sociedad que ha creado esa necesidad en las personas para su propia supervivencia, la de la sociedad, aclaro, aunque los mecanismos sociales hagan parecer una cuestión de vida o muerte el no tener, el no pertenecer. El cotidiano de las personas, que después de la precaria cena toman de postre dos horas (las dos horas que les quedan “libres”) frente a un celular o ya en menor medida frente a un televisor, muchas veces no es que así se prefiera, es lo que queda, otras veces si es así como se prefiere, pues el sistema seduce (a los que tienen acceso) a ver su serie favorita en su aplicación de pago favorita y algunos de los que no tiene acceso se lo consiguen ya sea apretando el gasto, o consiguiendo aplicaciones piratas; esta búsqueda, esta necesidad de estar frente al televisor o el celular no nace de la nada, surge de un sistema que le interesa que así sea. La característica de opresión y violencia hacia la mujer en miles de hogares, sobre todo (pero no exclusivamente) de las clases bajas, no es una cuestión inherente al hombre, es más bien una consecuencia a su condición, a la cultura en la que se ha desarrollado, a siglos enteros de un machismo utilitario.
No siempre, para que se desarrollen estas relaciones de poder hace falta que se esté de acuerdo con el papel que se juega dentro de tal relación, pues las disputas son consecuencia natural de las mismas relaciones, pero hay casos, que creo importantes, en los que el estar pasivamente de acuerdo es factor, como por ejemplo, el ya expuesto, de la necesidad del celular o uno más fuerte, esa delegación de poder que se hace a candidatos, a partidos. La actual propuesta del voto a jueces y magistrados me parece interesante pues es un cuestionamiento directo a tal forma de reproducción y delegación del poder, que no deja de ser una respuesta directa a la situación coyuntural y no cuestiona de fondo el tipo de democracia procedimental que se ejerce actualmente. Pero bueno, regresando a lo que decía, la solución a la crisis del humanismo parece ser evidente, pero no lo es tanto; la solución creo se encuentra en cuestionar y destruir las redes de poder, de explotación y dominio, en la revolución; más el agua no está como para camotes, a pesar de que el mundo está pasando por una de sus peores crisis económicas, que la pobreza y el desempleo alcanza cifras alarmantes, las condiciones subjetivas que mencionaba Lenin no están dadas. Puede que me equivoque, pero creo que las condiciones subjetivas son la organización, lo que él llamaba el partido, si no es así, pues lo siento, solo habría que cambiar el termino por objetivas. Concuerdo, con Bobbio cuando dice, Ni con Marx, ni Contra Marx, aun creo en el marxismo, más dudo bastante en los procedimientos, en los grupos marxistas actuales. Es en la teoría marxista dónde el futuro no se contempla apocalíptico, donde la fe sigue puesta en el hombre, donde no hay individuos atomizados, sino conglomerados humanos, más la revolución socialista la veo lejana, la desaparición de clases sociales, el cambio social no logro contemplarlo. Es aquello del bien deseado y el bien posible. Creo que la solución está en dejar de ver exclusivamente para dentro, voltear la mirada para afuera sin perder de vista lo personal, las pasiones propias de cada persona. No dejar lo espiritual en un fetiche materialista. Creo que la posibilidad de acabar y así dar un paso hacia el bien deseado, con esta crisis del humanismo esta en cuestionar las relaciones de poder y en lo posible intentar no reproducirlas, está en cuestionar el por qué de las cosas que hacemos, que elegimos, atacar con la fuerza de un estornudo, quizá imperceptible, pero bastante violento; está en decidir si estudiar Derecho o Artes Plásticas de una forma libre, que sea una verdadera respuesta del espíritu y no una consecuencia mediatizada y de intereses; está en concientizar a quien se pueda de su condición de marionetas del sistema, en llevarse bien con los vecinos, cuando se pueda, claro, porque hay cada vecino que bueno; está en el amor. Creo que lo imposible hoy, de la frase seamos realistas: pidamos lo imposible está en la poesía, una actividad humana de las más bellas y que a demás puede ser bastante radical sin caer en los clichés (aunque esto que digo suene a cliché romántico tonto) burdos de poesía panfletaria, por eso estoy obsesionado con estridentópolis; y por último, creo que la imaginación es otro lugar, aunque no exento de las relaciones de poder, donde se puede alcanzar la libertad, no de una forma meramente teórica sino un poco más real.
Bibliografía
*BAUMAN Zygmunt, Tiempos Líquidos. Vivir en una época de incertidumbre, Editorial Tusquets
*Foucault, Michel, “Historia de la sexualidad 1”, Siglo XXI, México, 1977
“Defender la Sociedad”, FCE, México, 2005
*Bobbio, Norberto, “Ni con Marx ni Contra Marx, FCE, México, 1992
*Osorio, Jaime, El Estado en el Centro de la Mundialización, La sociedad civil y el asunto del poder, FCE, México, 2004