Las elecciones de 2024 se perfilan como una revancha de las de 2020, con dos candidatos increíblemente impopulares compitiendo por la presidencia. Por un lado, Donald Trump está despachando sin problemas a sus contrincantes republicanos, y solo queda en pie Nikki Haley. La base de Trump -el llamado movimiento MAGA- se ha apoderado del Partido Republicano y parece imbatible, incluso mientras los desafíos legales de Trump penden sobre su candidatura. Por otro lado, el presidente Joe Biden está magullado y maltrecho, enfrentándose no sólo a la preocupación generalizada sobre sus facultades mentales, sino también a un movimiento social por Palestina que le ha bautizado como “Genocida Joe”. A diferencia de 2020, el camino para que Biden lleve el movimiento a las urnas es mucho más estrecho, y su condición de presidente en ejercicio en lugar de aspirante le deja en una posición mucho más precaria.
Detrás de estas elecciones se esconde una crisis del régimen político estadounidense, un ejemplo de lo que el marxista italiano Antonio Gramsci denominó “crisis orgánica”, una crisis en la que los electores ya no se ven representados por sus representantes. Las crisis orgánicas debilitan los regímenes y llevan a los partidos políticos tradicionales a enfrentarse a nuevos fenómenos políticos, a medida que las masas pierden la fe en sus partidos políticos tradicionales y en las instituciones del régimen. La crisis orgánica actual en Estados Unidos alcanzó su punto álgido con la toma del Capitolio del 6 de enero de 2021 -tras un año de crisis agudizada por la COVID y las revueltas del movimiento Black Lives Matter- y luego retrocedió cuando Biden volvió a poner la crisis en estado latente durante los primeros años de su mandato. Sin embargo, Biden fue incapaz de resolver la crisis y, tal y como la definimos a principios de 2023, la crisis ha resurgido y desempeña cada vez más un papel clave en la política nacional. La reaparición de Trump es una señal de ello.
En esta crisis entre “representados y representantes”, en la que importantes instituciones del régimen se encuentran bajo una creciente sospecha y pérdida de legitimidad, el poder judicial y la burocracia sindical están jugando un papel sobredimensionado. Desde hace algún tiempo está claro que el poder judicial se está movilizando para detener -o al menos obstaculizar- la candidatura de Trump, lo que desestabilizaría enormemente al régimen si Trump vuelve a tomar el poder, especialmente después del intento de toma del Capitolio del 6 de enero. Los diversos casos judiciales y acusaciones de Trump no solo reflejan su criminalidad -algo que casi nadie que haya seguido la carrera de Trump puede negar-, sino que también representan un intento de poner a las masas en contra de Trump. Los intentos más audaces de prohibir a Trump en las urnas -como en Colorado y Maine- parecen haber sobrepasado lo que la situación política permitirá, y parece cada vez más probable que el Tribunal Supremo no confirme estas prohibiciones en las urnas. En este sentido, la crisis orgánica y la pérdida de legitimidad institucional -incluida la del Tribunal Supremo, que recibió un duro golpe tras la decisión de anular el derecho al aborto- están impulsando esta mayor injerencia del poder judicial. Por decirlo de otro modo, la crisis orgánica es la razón por la que estamos viendo un poder judicial cada vez más “bonapartista” -que actúa de un modo más explícitamente político, por su cuenta, sin el respaldo ni del Congreso ni de las masas-, aunque la crisis también está poniendo límites a cuánto puede avanzar el poder judicial en el terreno de la política. Imaginemos, por ejemplo, que el Tribunal Supremo confirmara la prohibición de Trump en Colorado. Sin duda, eso produciría una intensa reacción de la base de Trump y dañaría la posición del poder judicial aún más de lo que ya lo ha hecho.
El poder judicial tiene, pues, sus límites y, sin embargo, está desempeñando un papel desmesurado en la situación nacional. Esto no se limita al avance contra Trump. También puede verse en las sentencias cada vez más politizadas del Tribunal Supremo. Rechazar el derecho al aborto fue un ataque significativo a los derechos democráticos, invirtiendo el papel del tribunal durante gran parte del período neoliberal, en el que concedió derechos democráticos a los movimientos sociales como una forma de demostrar que, dado que el Estado puede apoyar a los oprimidos, los levantamientos contra el Estado son innecesarios. Pero la decisión sobre el derecho al aborto cambió esto, revelando el papel más politizado del poder judicial y su necesidad de actuar de manera más bonapartista. A medida que se profundice la crisis orgánica, es probable que este papel politizado y bonapartista sólo continúe.
La burocracia sindical: el aliado clave de Biden
Otro factor importante este año electoral será la burocracia sindical. Como hemos escrito, los últimos años se han caracterizado por el resurgimiento de un movimiento sindical cada vez más politizado. De forma desigual, los sindicatos se están introduciendo ahora en más debates políticos, yendo más allá de la lucha por reivindicaciones “básicas”, como salarios más altos. Aprovechando las huelgas de maestros de principios de la era Trump y la experiencia que las masas tuvieron con el movimiento Black Lives Matter, los miembros de base de los sindicatos se ven cada vez más conectados orgánicamente a una variedad de cuestiones políticas, como la defensa de los derechos democráticos y la lucha contra la opresión de la que las direcciones sindicales tradicionales han tratado de desconectarlos. Esta nueva energía en el movimiento obrero ha vuelto a situar a la clase trabajadora en el centro de la política, lo que se ha visto especialmente durante la huelga de la UAW (automotrices), en la que tanto Biden como Trump apelaron explícitamente a los huelguistas. Esto también ha afectado a las cúpulas sindicales tradicionales, haciéndolas caer en manos de grupos reformistas en el caso de los Teamsters y la UAW, y obligándolas a ser más receptivas a la organización de las bases en torno a cuestiones políticas.
El movimiento por Palestina es un buen ejemplo de ello. La oposición masiva a los ataques de Israel a Gaza ha obligado incluso a direcciones sindicales profundamente sionistas, como las de la AFT y la AFL-CIO, a pronunciarse a favor de un alto el fuego. Esto demuestra que las burocracias sindicales ya no pueden seguir dirigiendo como “policía de la clase obrera”, ignorando las demandas de sus bases y haciendo todo lo posible para mantenerlas a raya sin dar concesiones. Ahora las direcciones sindicales, para mantener su legitimidad, tienen que politizar sus sindicatos en torno a la cuestión de Palestina. La politización y el creciente espíritu de lucha de los trabajadores -una gran victoria del fenómeno de la Generación U (U por union, sindicato en inglés), que se ve más agudamente en sindicatos jóvenes como Starbucks Workers United ha colocado a la clase obrera en una posición más prominente. Incluso los medios de comunicación burgueses, a los que normalmente sólo les gusta hablar de “la clase media”, ahora tienen que hablar de la clase obrera. Este es el resultado directo de la inyección de militancia de una nueva generación que fue formada por BLM, una generación que ha revitalizado el trabajo, ha ayudado a dirigir un movimiento social por Palestina y ha obligado a los burócratas sindicales a apoyar el movimiento, aunque sea a regañadientes. Este repunte de la lucha de clases ha reconfigurado la situación política y ha creado una crisis para el Partido Demócrata, que ahora debe contener mediante sus tácticas habituales de cooptación.
Este fenómeno complementa lo que los politólogos han denominado “dealignment”, en el que la clase trabajadora ya no se identifica fuertemente con el Partido Demócrata. Como hemos escrito anteriormente, esto crea una batalla por el corazón y el alma de la clase obrera, y las elecciones son el campo de batalla. Tanto Trump como Biden están luchando explícitamente para presentarse como campeones de la clase obrera y están, en diferentes grados, buscando el apoyo de los trabajadores.
En este contexto, es probable que las burocracias sindicales desempeñen un papel destacado a la hora de hacer que los trabajadores vuelvan al Partido Demócrata. Aunque son incapaces de liderar como policía de la clase obrera, se esfuerzan por liderar en cambio con ideología. La UAW es un buen ejemplo de ello. Los líderes de la UAW -sobre todo su principal dirigente, Shawn Fain- llenan sus discursos de retórica inspiradora y progresista, publican en las redes sociales sobre la continuidad entre la lucha por los derechos de los negros y la UAW, y lanzan audaces iniciativas destinadas a organizar a los no organizados. Todo esto se combina para legitimar el liderazgo de la UAW entre los trabajadores de base, y que vuelvan a acercarse a Biden, como indica el reciente apoyo que le ha dado la UAW.
La declaración de alto el fuego en Gaza de parte la AFL-CIO es otro ejemplo de este fenómeno. A pesar de pedir un alto el fuego, la declaración parecía un discurso de la administración Biden. Subrayaba la necesidad de una solución de dos Estados, denunciaba la violencia “en ambos bandos” y pedía un cese negociado de los combates. Todo esto forma parte de la política de la administración Biden para Gaza. La declaración, por tanto, es un claro intento de frenar la sangría de apoyos provocada por el respaldo del “genocida Joe” Biden a la guerra de Israel contra Gaza. Si bien es parte de las maniobras estándar de las burocracias sindicales para movilizar a sus miembros para que apoyen al Partido Demócrata, la situación dista mucho de ser “estándar”, por lo que las direcciones sindicales deben adoptar un nuevo enfoque, tratando de convencer a sus miembros en lugar de limitarse a dirigirlos.
Política exterior e inmigración: Los dos ejes de las elecciones
Estas elecciones serán una batalla no sólo para ganar a la clase trabajadora, sino también para dar forma a la política exterior. Biden se ha convertido en el mascarón de proa tanto de la guerra de Israel contra Gaza como de la guerra de Ucrania, dos conflictos bastante impopulares. También está el debate, entre los capitalistas estadounidenses, de cuál es la mejor manera de competir con China y revertir así el declive de la hegemonía estadounidense. Trump siempre ha planteado un enfoque en política exterior diferente al del establishment -favorece una política unilateral con medidas proteccionistas e incluso se opone a la OTAN- y está tratando de utilizarlo para aprovechar la frustración de las masas con la constante intervención extranjera. Trump y un sector de la derecha republicana defienden la línea de que la “verdadera” guerra está en casa, en la frontera sur, y que Estados Unidos no debería intervenir en conflictos en el extranjero. Pero esta máscara “antiintervencionista” no puede ocultar el historial político de Trump como presidente, que demuestra que estaba bastante dispuesto a intervenir militarmente.
La verdadera diferencia entre Trump y Biden en política exterior estriba en el grado de unilateralidad. Biden es partidario de apoyarse en alianzas internacionales para reforzar la hegemonía estadounidense en el exterior y competir mejor con China, mientras que Trump es partidario de acciones más unilaterales que podrían incluir el abandono de las alianzas tradicionales, como indican sus recientes declaraciones sobre la OTAN. Los partidarios de Trump se sienten atraídos por su política exterior porque da la ilusión de ser antiintervencionista, y la retórica de “América primero” está ganando terreno entre quienes han visto empeorar sus condiciones de vida durante el periodo neoliberal y se preguntan por qué siempre hay dinero para enviar a conflictos en el extranjero.
La inmigración y la “seguridad fronteriza” pasan a primer plano en vísperas de las elecciones. Trump y los republicanos se esfuerzan por presentar la situación en la frontera como una “invasión” que Biden y los demócratas no han logrado detener. En realidad, el gobierno de Biden ha marcado, en su mayor parte, una continuidad total con las políticas de inmigración de Trump, lo que ha sentado las bases para que los republicanos vayan cada vez más a la derecha en materia de inmigración. En respuesta a estos ataques políticos, los demócratas están intentando girar a la derecha -desde una posición ya bastante derechista- en materia de inmigración, como indica el reciente acuerdo fronterizo propuesto en el Congreso. El propio Biden ha dicho que está dispuesto a “cerrar la frontera ahora mismo”, en otra señal del giro a la derecha del Partido Demócrata en este tema.
Un ejemplo dramático de crisis orgánica es el enfrentamiento con Texas, donde todos los gobernadores republicanos menos uno se han puesto del lado del gobernador texano Greg Abbott para resistirse a los intentos del gobierno federal de retirar las alambradas colocadas en la frontera. Trump y la extrema derecha están utilizando este conflicto para avanzar en su posición política. A medida que se acercan las elecciones, parece probable que la inmigración -junto con la política exterior y la clase trabajadora- sea uno de los ejes de la elección, ya que la campaña de Biden corre hacia la derecha en un intento de competir con el nacionalismo explícitamente antiinmigrante de Trump. La reciente victoria del demócrata Tom Suozzi en la carrera para sustituir a George Santos en la Cámara de Representantes representó un posible modelo de cómo los demócratas podrían hacer una campaña de derecha en materia de inmigración y vencer a los republicanos en su propio juego. Lo que esto significa para la situación política general es que la política de inmigración se está desplazando cada vez más y más rápidamente hacia la derecha, ya que ambos partidos compiten por ser “duros” en materia de inmigración.
Escenificando una defensa de los derechos democráticos y apoyándose en los progresistas, los demócratas esperan la victoria
Si la inmigración y la política exterior son los temas en los que Trump espera mantener el debate, Biden y los demócratas esperan volver a dirigir la discusión hacia un terreno más sólido para ellos: la protección de los derechos democráticos, más concretamente el derecho al aborto. La defensa del derecho al aborto ayudó a los demócratas a hacer retroceder la “ola roja” de 2022 y a triunfar en unas elecciones difíciles en 2023. Esperan volver a utilizar el mismo libro de jugadas, como indica la recientemente presentada “gira por el derecho al aborto”. En sus discursos, los demócratas defenderán con valentía los derechos democráticos, tanto en el caso concreto del aborto como en el más amplio de la “defensa de la democracia”, de la que tanto habla el bando de Biden. Esperan que esto contribuya a atraer a votantes que, de otro modo, no participarían en las elecciones porque, entre otras cosas, no les gustan los dos candidatos o se oponen a la política de Biden sobre Israel.
De 2016 a 2021, Left Voice analizó la “guerra civil” dentro del Partido Demócrata entre el establishment del partido y un ala progresista cada vez más prominente. En nuestro análisis, nos esforzamos por señalar que la oposición planteada por el llamado “Squad” [“Escuadrón” en castellano como se conoce al grupo de congresistas que se sitúa en el ala izquierda del partido demócrata como Ocasio Cortez, Ilhan Omar o Rashida Tlaib, y que tienen o tuvieron lazos con el DSA, Democratic Socialist of America] siempre estuvo condenada al fracaso, dada su posición dentro del Partido Demócrata, que tenía muchos más recursos y reservas estratégicas para cooptarlos en su corriente principal. Esto se confirma incluso con una mirada superficial a la situación política actual. Tras la derrota de Bernie Sanders en las primarias demócratas de 2020, los progresistas se alinearon detrás de Biden, y han mantenido esa línea durante todo su mandato en la Casa Blanca. Incluso ahora, cuando un nuevo movimiento lo acusa de genocidio, políticos como Alexandria Ocasio-Cortez (AOC) salen en las noticias para defender la candidatura de Biden -AOC lo llamó recientemente “uno de los presidentes más exitosos de la historia moderna”. En un artículo reciente para el New York Times, Ezra Klein escribe que “la realidad, en los últimos años, ha sido que los demócratas se alinean y los republicanos se desmoronan. El establishment del Partido Demócrata ha resistido, incluso cuando el establishment del Partido Republicano se ha doblegado”. El establishment del Partido Demócrata -que parecía tan débil tras la derrota de Clinton y el ascenso del Squad- ha incorporado a sus disidentes a la corriente dominante, utilizando a estos supuestos socialistas como peones para conectar con la vanguardia del movimiento y conducirla de vuelta al Partido Demócrata.
Podemos ver el valor de los progresistas para el establishment del Partido Demócrata en Michigan, un estado clave para Biden. Los votantes del estado, muchos de los cuales son de ascendencia árabe, se oponen al apoyo de Biden al genocidio de Gaza. En respuesta, Our Revolution y DSA han lanzado una campaña llamada Vote Uncommitted (Vota sin comprometerte), con el apoyo de Rashida Tlaib, una figura clave del Squad y una de las únicas demócratas de alto perfil que ha apoyado firmemente un alto el fuego. La campaña está aprovechando la ira de los votantes, pero apuntando de nuevo al Partido Demócrata, animando a los votantes a votar en las primarias demócratas del estado, pero negando su apoyo a Biden. Con ello se pretende presionar a Biden para que cambie su postura sobre Gaza. Pero lo que realmente hace es enmarcar el movimiento por Palestina como una campaña de presión sobre Biden. Lleva a los votantes desilusionados de nuevo a las primarias demócratas y abre espacio para que Biden haga ligeros cambios en su posición sobre Gaza mientras afirma que está escuchando a los votantes. Esto está en consonancia con la política de la izquierda del Partido Demócrata, que intenta utilizar los movimientos de masas como campañas de presión para obligar a los políticos a adoptar posturas diferentes sin cuestionar la relación clave con el Partido Demócrata. Aunque la campaña Vote Uncommitted es una muestra de la oposición popular a Biden, se está utilizando para cooptar al movimiento por Palestina.
La defensa de los derechos democráticos por parte del Partido Demócrata es una actuación, una maniobra política para conseguir apoyos. En realidad, los demócratas han supervisado muchos ataques contra los derechos democráticos básicos. Han denunciado las protestas a favor de Palestina y han contribuido a allanar el camino para más ataques contra el movimiento. El mandato de Biden en la Casa Blanca ha sido testigo no sólo del retroceso del derecho al aborto, sino también de una virulenta campaña antitrans, y el gobierno de Biden y los demócratas no han hecho nada para detener ninguna de estas dos cosas. Más bien esperan que sus palabras vacías inspiren a las masas. Pero ésta es la misma rueda de hámster en la que el Partido Demócrata nos ha mantenido durante décadas. Los derechos democráticos en la guillotina son una bendición para los demócratas porque hacen que sus campañas de mal menor sean más eficaces. Su preocupación por la democracia y por nuestros derechos son estratagemas para que aceptemos más de lo mismo con la esperanza de “derrotar a la Derecha”.
No podemos derrotar a la Derecha votando en unas elecciones – basta con ver cómo la victoria de Biden no derrotó al trumpismo. Más bien, tenemos que derrotar a la Derecha organizándonos en nuestros sindicatos, en nuestros lugares de trabajo y en las calles para construir un movimiento combativo. Solo esto puede detener el ascenso de la derecha y defender nuestros derechos democráticos. En términos más generales, tenemos que romper el ciclo del mal menor. Tenemos que construir un partido que represente de verdad al movimiento obrero combativo, que represente al movimiento por Palestina y que represente a los millones de personas que se están dando cuenta de que el sistema capitalista no tiene nada que ofrecernos. No construiremos este partido permaneciendo atados a los demócratas, y no podemos hacerlo sin enfrentarnos a las burocracias sindicales y de los movimientos sociales, que son aliados vitales del Partido Demócrata. Más bien, construiremos este partido confiando en nosotros mismos y organizándonos para enfrentar a la derecha, defender nuestros derechos democráticos y construir una institución propia que pueda unir todas nuestras luchas.
CON INFORMACIÓN VÍA LA IZQUIERDA DIARIO